Entre el bullicio fastuoso de Ibiza y la quietud de Menorca encontramos la mayor de las islas Baleares; Mallorca ha conseguido mantenerse al margen de las modas, y con un carácter propio que enamora a los autóctonos y embelesa a extraños sigue alimentándose de la tradición sin forzar la maquinaria de la novedad.
La experiencia se presenta única, y poner un pie en Mallorca requiere, sin darse cuenta, un cambio de tempo y el balanceo a ritmo de una cadencia relajante que harán de tu visita algo excepcional. Olvida todo lo que te contaron de Mallorca, confíate a sus a susurros y no olvides que existe isla más allá de los meses de verano.
LA CAPITAL OBLIGA
Tras los honderos baleares, un periplo romano y conquistas por parte de vándalos y árabes, fue Jaime II de Aragón quién la convirtió en la próspera ciudad de Mallorca. Hoy Palma capitanea la isla y brota en arte, cultura y gastronomía; no es de extrañar que The Times la listara con preferencia como una de las mejores ciudades para vivir gracias, entre otras cosas, a su clima, su comodidad y por resguardar un casco antiguo de sempiterna belleza: los baños árabes, las casas y patios señoriales de Can Vivot, Can Oms o Can Bordils; el parque de l’Almudaina i la Catedral con importantes obras de Gaudí y Barceló que quedarán resguardas para siempre en tu memoria. Desde lo alto de un antiguo baluarte defensivo del siglo XVI se erige en lo alto del Paseo Marítimo Es Baluard, museo de Arte Moderno y Contemporáneo con una combinación perfecta de arte y vistas sobre la bahía de Palma. La caminata nos adentra en el corazón de la ciudad, enfilando el concurrido Born donde perdernos en sus ejes comerciales y recalar entre otras en Rialto Living y su elegante y relajada propuesta en decoración, moda y lifestyle; para los amantes del buen calzado, la propuesta honesta de Mongeque aúna diseño contemporáneo, lujo artesano y producción tradicional. Para el buen comer nos olvidamos de la mesa tradicional y nos adentramos en los mercados de abastos, como el Mercat de L’Olivar y el de Santa Catalina, en busca de una oferta gastronómica dinámica entre barras variadas que ofrecen mariscos, encurtidos y todo tipo de productos locales.
Si el agotamiento da avisos de aparecer tras una marcha intensa o el simple capricho del dulce llama a la gula, te encontraremos en Can Juan de S’Aigo: proveedores de chocolate, ensaimadas i pastas tradicionales mallorquinas desde el año 1700.
EN LO MÁS ALTO DE MALLORCA
A una hora de traquetreo en un magnífico ferrocarril de principios del siglo XX, un relieve caprichoso se muestra ante nosotros: La Serra de Tramuntana, un impresionante y bucólico paisaje declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, donde carreteras zigzaguean entre encinares centenarios y se encarrilan hacia lo más alto de la isla para robarte el aliento ante paisajes de brutal impacto visual como Na Foradada.
Las calles empedradas de Sóller, Fornalutx, Valldemossa o Deià han acogido a artistas de diversa índole; Chopin, George Sand o Rubén Darío se sintieron atraídos por la inspiración y belleza de esta obra de arte en sí misma. Los productos de factura local, patés, chutneys o mermeladas, como los de La Luna o Ca’n Matarino son el perfecto souvenir para los que nos esperan a nuestro regreso; y para los que estamos a este lado de la cordillera disfrutamos de la autenticidad y el respeto absoluto por el producto local deEs Racó des Teixo por hacer del carácter mallorquín su estandarte como en Ca N’Aí, el primer hotel rural de la isla con su poética arquitectura y su idílico entorno donde sólo el bienestar y el confort son invitados.
Dejando atrás las cotas más altas de la isla, seguimos nuestra andanza hacia Pollença, una de las poblaciones con más historia del mediterráneo y fuente de inspiración para Agatha Christie. Visita obligada para los amantes de la decoración y muebles artesanales en Ca’s Mestre Paco y kilómetros de auténtica telas de llengos mallorquinas en Teixits Vicenç donde liberar tu máquina creativa. Aprovechamos nuestro paso por la zona para sacar cabeza al mar desde el Cap de Formentor i Cala Sant Vicenç, dos maravillosas vistas del mediterráneo que gracias a su situación algo aislada han conseguido mantener su delicado encanto.
Antes de salir de la zona recorriendo el parque natural de l’Albufera de Alcúdia, ciudad amurallada que ofrece una de las postales más auténticas de la isla, dos propuestas de mesa diferente: Jardín con su alta cocina mediterránea elaborada con la mejor lista de la compra de temporada; o la propuesta a pie de playa de Ponderosa Beach, vistas al mar, pies enterrados en fina arena mientras paladeas su carpaccio de gamba roja o su espectacular arroz de pulpo, tomate de Ramallet y ajos tiernos.
VIENTO DE LEVANTE
Virar hacia la otra punta de la isla trae consigo una nueva perspectiva: pequeños pueblos de tradición marinera como la Colonia de San Pedro y sus atardeceres de esmaltes bermejos; calas recónditas y asilvestradas entre roquedales bajos como la exuberante Cala Torta con su humilde y animado quiosco de excelsas mariscadas o pueblos de encanto indescriptible como Artá.
Nuevos fogones fondean esta parte de Mallorca y en Sant Llorenç, un antiguo molino de piedra refugia Sa Taronja Negre, cocina fresca y desenfada comandada por Tomeu Caldentey, primer chef mallorquín en conseguir una estrella Michelín.
Can Garanya en Manacor, que bien podría ser descrita como la cueva del tesoro de cualquier amante de las cosas bonitas; una amalgama de artesanía local, alfombras de fibras naturales, vajillas pintadas a mano, y cientos de detalles preciosistas que te harán imposible salir con las manos vacías.
MERIDIONAL
Kilómetros de línea costera respaldados por una reserva natural resguardan los pueblos situados en el extremo sur como Campos i Santanyí. Este paraíso natural esconde las salinas, un onírico paisaje destinado a la creación de sal a través de técnicas tradicionales. Las variantes de este producto común aquí se tornan infinitas y en Flor de Sal de Es Trenc crean mezcolanzas nuevas añadiendo hierbas mediterráneas, hibiscos o aceitunas para conferir a este básico una sutil caricia que consiga avivar cualquier plato.
El peaje por salir de la zona es sumergirse al menos una vez en las aguas cristalinas de Es Caragol o Es Carbó, caletas salpicadas de naturaleza salvaje que perfuman el ambiente y que van más allá de la mejor playa que jamás pudiste soñar.
El tiempo apremia, por lo que si consigues alargar tu estancia un día más, dedícalo a visitar la isla de Cabrera, un parque natural protegido de aguas verdiazules, vegetación indómita y libre de cualquier contaminación acústica. Un auténtico oasis con transporte marítimo diario desde la Colonia de Sant Jordi.
EL CORAZÓN DE LA ISLA
Los pueblos concentrados alrededor del eje central de la isla se desperezan y tejen un seductor entramado con alma, tradición e innovación.
Difícil es quedarse con unas pocas de las cocinas que brotan en la zona e igual de ardua es la tarea de encontrar mesa en ellos: Ca Na Toneta en Caimari por su apego a la identidad popular, DaiCa en Llubí por su visión creativa y saludable del producto de proximidad y Santi Taura en Lloseta por el rescate culinario del recetario mallorquín.
Cerremos el día y el capítulo alzando una copa de buen vino; ya que aparte de buena mesa, la isla refugia más de 70 bodegas concentradas gran parte de ellas en Binissalem y sus alrededores. Guía y rutas para disfrutar del enoturismo como enTianna Negre que, pese a su corta edad, acumula a sus espaldas reconocidos éxitos o Binigrau de cuyas botas nació el aclamado NouNat.
Sigas o no esta ruta, no dudes en cambiar el trayecto y marcar nuevos itinerarios para escribir tu propio libro sobre esta seductora isla.
Por Matgí Bonet.
Irene says:
Sensacional, sencillamente magnifico! Un regalo para los sentidos, desde el cariño y la añoranza a mi isla, desde una no siempre cálida Alemania, gracias! Ha sido un regalo para mis sentidos.
adminnistrador says:
Nos alegra mucho que te haya gustado Irene, gracias por tu comentario.
Saludos.